martes, 8 de marzo de 2011

Tercera persona del singular

Era fácil inventar historias partiendo simplemente de su imagen, pero era completamente imposible abstenerse de hacerlo cuando finalmente se le conocía. Miles de preguntas comenzaban a forjarse a partir de su mirada, sus actitudes y su voz: lo cierto es que nunca estaba demasiado tiempo en un lugar, para permitir que algo o alguien le aprisionase, siempre que esa sensación de cercanía comenzaba a hacerse notoria no había mejor estrategia que huir, cerrar la puerta, pagar el café, marcharse o bajarse del auto para impedirse llegar. Cualquier táctica se convertía en la adecuada si le obligaba a salvarse.
            Es imposible o improbable no ficcionar, si por azar logramos perforar sus pensamientos, vislumbrarle sin armadura, sin la coraza acostumbrada. Es tan fácil reconocer el encanto de lo que fue la dulzura infantil, la ensoñación de la juventud y la ilusión quebrantada de lo que imaginara un gran amor. Desafortunadamente la magia sólo dura un segundo, el necesario para recomponer su casaca, para ahogar el brillo sensible de su mirada, para afilar su lengua con palabras que lanzará al primer blanco que ose contradecirle; con la esperanza de que ese blanco sea un campeón tan imbatible como él y también tan perdido.
            Un campeón a su altura, alguien que le atraiga sin saber por qué, tal vez en el simple reconocimiento, una piel armadura igual de lastimada, un intento de salvaguardar la mente diseccionando el corazón (a fin de cuentas el corazón es simplemente retórica). Cada que sus ojos vislumbran una oportunidad, por ínfima que sea, su instinto combativo hace el resto.
            Al final, siempre se encuentra de frente con intentos vanos: vanos murmullos, vanas relaciones, vanos encuentros y desencuentros, vaguedad del vivir cuando realmente se desea VIVIR, sin más, con mayúsculas y todos sus agravantes.
            Siempre regresa a su lado, después de cada aventura fallida, siempre se recluye en sus brazos, permitiendo que con su amor, obsesión o lástima, haga el milagro de trocar el dolor en olvido, transformado el intento de sueño en pesadilla, se vislumbra nuevamente en sus vacíos pero hermosos ojos, que se trastocan y sonríen cuando perfora con sus afilados dedos la tela imaginaria de su corazón vaciado, mientras él se observa en las cuencas de los ojos de la soledad.

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