martes, 8 de marzo de 2011

Selene

La lluvia puede ser excelente y relajante, en especial cuando necesitas refrescar tus ideas, planear tu futuro, encauzar tus pasos; su sonido húmedo y cantarino se filtra entre el filo de los sueños, los perfora, los deja escapar.
         Era agradable ver dormir a alguien con la paz del justo, en especial cuando estás consciente de que la justicia es lo último que habita su cuerpo.  Lo conoces bien, lo has acompañado en sus correrías durante los últimos años, sabes perfectamente que su mirada tranquila lo único que hace es ocultar el veneno que se cierra sobre su alma; su voz tan pausada y adecuada no logra esconder a tus oídos la hiel que destila su corazón; pero nada es tan peligroso como su mente, es habilidosa como una máquina bien engrasada, nunca se anda con rodeos, siempre lo logra todo.

         Y en ese momento a la luz de la luna que se filtra por la ventana, las canas que avanzan amenazadoras por sus sienes parecen mercurio jugando a la escondida, mimetizándose con sus cabellos.  Los ojos cuyas miradas infunden respeto y son capaces de variar la opinión del más aguerrido de sus colaboradores se encuentran cerrados, como las ventanas de una casa que se atrancan al llegar el temporal.  Deja escapar un suspiro a la par que se acomoda en la cama, los rayos de luna hacen de su rostro una máscara de beatitud, ¡qué ironía!, la fantasía se modifica y transforma la realidad.  Las pequeñas arrugas alrededor de los ojos le dan un aire de debilidad secreta, que lo único que hace es apretar los eslabones de la cadena que los mantiene atados.
         Ese hombre que se entrega sin fatiga a sus labores diarias se aprecia frágil, seguro es la luna, ese astro que transfigura lo que toca, que lo vuelve más puro, más ensoñador, más inocente, que lo modifica cada vez que se acerca.  Pese a todo su tranquilidad es digna de admiración, su actuación perpetua digna de reconocimiento, su pasividad digna de un cadáver.
         El reloj marca las cuatro de la mañana con un sonido ensordecedor, como un cuerno de guerra que antecede a la batalla.  La mano se extiende, temblorosa, hasta accionar el mecanismo que devuelve la paz, un suspiro queja reclamo escapa de sus labios al momento que se sienta en la orilla de la cama, el sueño se ha ido, el frío contacto del suelo con sus pies lo ayudan a despertarse pero hacen más grande la pérdida de la calidez del lecho.
         Mira en derredor suyo hasta encontrarla, no sabe si duerme pero la luna hace un juego cromático de reflejos al posarse en su cabello negro, en sus ojos cerrados y en esos labios que juegan fruncidos, el tenue movimiento de su respiración parece el ronronear de un felino, debe ser la luna, que la inunda de la dulzura de la que carece, de la timidez a la que no responde, la transforma en etéreo sueño.  No puede evitar recordar porque, a pesar de los problemas, ha dejado pasar el tiempo; día con día, año con año.  Bajo la tenue caricia de Selene, mirándola a través de ese cristal confirma que la sigue amando.    

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