jueves, 10 de marzo de 2011

Certeza


Estoy seguro que lo supiste desde el primer instante cuando tu pie destrozaba el vacío en busca del piso para continuar su camino.
            Tal sapiencia hacía innecesaria la retórica del dolor, pero era merecida la limpidez de la habitación, la nívea bata que se reflejaba en un rostro exánime como el tuyo, comprendido solamente si hubieras tenido un espejo.
            Esa pureza inerte, antiséptica y fría era el honor que merecía, neutro como la concepción, vacío como tu vientre, falso como tu rostro calmo.
            Aunque ahora entendías que el final había llegado, ya no más intentos, no más planes que atiborraran las bolsas de basura con tus sueños, esperanzas e ilusiones.
            Lo supiste en cuanto el olor a hospital se filtró en tu nariz hasta hacerte reaccionar, poniendo la adormilada mente en consonancia con el vientre desgarrado.
            Una mente que hace cuentas y sólo sabe lágrimas, un cuerpo que arroja lo que antaño protegía, una certeza que destroza.
            Voces y luces intermitentes, ojos que se cierran para no mirar el vacío de esos brazos en los que falta un cuerpo y sobra una ausencia.
            Y en la habitación, con el rítmico sonido de tu corazón como réquiem ininterrumpido quedas tú y falto yo.

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