sábado, 16 de julio de 2011

Instantáneas de maestros I


Siempre tuvo en la mirada el reflejo de otra realidad, caminaba sin rumbo aparente, pues su trecho se extendía ajeno a  aquél que todos identificábamos. Aprendimos que el canela de sus ojos nunca estaría allí para nosotros, y no nos importó, al contrario, vivimos para los pocos días que nos regalaba, las charlas y la compañía.
                Pocas veces su calidez se reflejó en algo más que no fuera  una palmada al hombro, o un, bien hecho, dicho en voz alta, su naturaleza chispeante como las burbujas sólo se manifestó en las cuatro paredes que solíamos compartir, a un total de cuatro horas a la semana.
                Su voz era un atributo más de su imagen, timbrada, sugerente, apabullante, parecía que sólo sabía revelar verdades y cuando se rompía en una cascada de carcajadas, alcanzaba la fuerza atronadora de una tormenta en el verano.
                Su andar era relajado, observarlo caminar, te permitía entender que nunca llegaría del todo, porque a pesar de estar ahí, en realidad ya había partido.  Llevaba una libreta, hojas sueltas que en su caos encerraban todo el cosmos, de tacto franco, palabras simples y directas, ojos que reflejaban su timidez al afrontar la multitud.
                Pero amaba los libros y amaba leer, era capaz de contagiarnos su amor a las letras, con él entendíamos que la vida es un juego, y se debe afrontar con toda seriedad, que las reglas no se pueden cambiar, pero la forma en la que las asumimos sí, que valía más compartir unas horas que no habernos conocido nunca…

Papel secundario


La mirada asombrada matizó sus rasgos y entorpeció los de él, los tres pares de ojos se cruzaron y al instante los labios masculinos comenzaron a emitir una especie de disculpa (o tal vez fue aclaración).
La joven sólo atinaba a observarlos con un rictus de extrañeza y confusión, como la que se tiene al desconocer los roles de los personajes por no llegar al principio de la película, si bien comprendía perfectamente que el papel de la “otra” lo estaba interpretando magistralmente ella.
Notaba por el peso plomizo que se había depositado en su estómago y el sabor metálico que percibía en su boca que no le agradaba, en lo mínimo, la situación, pese a todo esperó que cada uno de los tres cumpliera con su objetivo dejando al final de la función un pasillo vacío y tres corazones rotos.