Quiso admirar su belleza precisamente en aquellas
cosas que no podían reflejarla, dudó de la vida, de la muerte y de la
permanencia y quiso demostrar que podía ser perpetua; por eso aceptó sus labios
y los colmillos posteriores, por eso aceptó su casi animal pasión, vivió para
la muerte y muere para la vida todos los días desde entonces, su matrimonio de
sangre no duró una eternidad, vaga pensando que los tiempos son diferentes, que
si cruzase la puerta, cubierta por pesados cortinajes, pudiese encontrar
alguien al que ofrecerle su amor mezcla de demonio y ángel, su pasión de
inocencia y sangre, su miedo y su voz.
Pero
nadie se digna escucharla pues sus reclamos quedan siempre encerrados en su
ataúd, acaso porque teme salir del misterio de la imaginación y las pesadillas.