lunes, 29 de agosto de 2011

La mezcla justa


    • Dijo “ Los recuerdos son como una taza de té envenenado” y justo después de eso pidió una copa más. Llevaba mucho tiempo sentado en el rincón de la barra de ese bar, no había hecho comentario alguno para hacerse notar, no le interesaba, prefería ser simplemente uno más de los que paga por su amnesia.
      Amnesia en una botella, qué lástima que a fuerza de servirla yo no haya podido olvidar, porque aprendí desde el inicio que no era para siempre y el olvido que yo requiero es el definitivo, uno que me lleve a tener la memoria como de un recién nacido.
      Aprender a fuerza de desaprender, esa es la premisa que aplico todas las noches, me entrego a una taza de té y permito que lo sucedido durante el día, y especialmente, durante la noche: las confesiones, los reclamos que no van hacia mí, los llantos aparentemente infundados, pero que se encuentran arraigados en cada célula, incluso las desconocidas para su dueño, salgan de mi cuerpo y mi memoria depurándolos.
      Encender la tetera, poner en su interior la mezcla justa y preparar una bebida en la que cada trago me recuerde a mí y por ende a ti, porque no puedo existir a 5 centímetros de tu recuerdo, a dos tragos de la primera memoria.
      Te sientas en el sillón que se encuentra vacío desde tu partida y simplemente comienzo a narrar mi día-noche, no soy tan bueno como los autores de los libros que devorabas, (desde un principio supe que ellos terminarían por separarnos) pero hablo.
      Recito sin orden aparente mi desconcierto hacia el joven que sentía arruinado todo su futuro por el trabajo que no había conseguido, y el padre de familia que presa del resentimiento se sentaba religiosamente al salir de la oficina, como único reclamo válido para la esposa y los hijos que siempre encontraban una forma filial de explotarlo.
      ¡Fraudes! ¡Puros fraudes! El suyo era un trabajo en el que la apariencia y la mentira eran un arte en especial en lo que a él respectaba, era el protagonista, el mentiroso principal, que con una sonrisa recibía a todos, los escuchaba atento y en cada idea que aventuraba un juicio, realmente se estaba declarando culpable.
      La tercera taza de té y el humo de un cigarro que se asemeja a una mano que se despide, movimientos precisos de bienvenida a la soledad. Justo el momento preciso en el que el humo recrea tu silueta, aunque en esta ocasión no se pierde escribiendo, espalda a la ventana, con la luz de la ciudad iluminando tus pupilas.
      Esta vez nos encontramos de frente, como no lo estuvimos la última, ¿sabes a cuándo me refiero? Sí, justo el día en que hiciste las maletas, llenas más de palabras que de ropa, el día que me abandonaste.
      Cuando tu imagen viene en las madrugadas a visitarme, tienes el buen tino de no parecer feliz, pero en tu sonrisa velada adivino y los celos, y por qué no decirlo, el rencor, se mezclan con cada fibra de mi organismo.
      Una voz pastosa, casi inarticulada vuelve a repetir su inocente letanía: “Los recuerdos son como una taza de té envenenado”, asiento y simplemente vuelvo a llenar su copa.

sábado, 16 de julio de 2011

Instantáneas de maestros I


Siempre tuvo en la mirada el reflejo de otra realidad, caminaba sin rumbo aparente, pues su trecho se extendía ajeno a  aquél que todos identificábamos. Aprendimos que el canela de sus ojos nunca estaría allí para nosotros, y no nos importó, al contrario, vivimos para los pocos días que nos regalaba, las charlas y la compañía.
                Pocas veces su calidez se reflejó en algo más que no fuera  una palmada al hombro, o un, bien hecho, dicho en voz alta, su naturaleza chispeante como las burbujas sólo se manifestó en las cuatro paredes que solíamos compartir, a un total de cuatro horas a la semana.
                Su voz era un atributo más de su imagen, timbrada, sugerente, apabullante, parecía que sólo sabía revelar verdades y cuando se rompía en una cascada de carcajadas, alcanzaba la fuerza atronadora de una tormenta en el verano.
                Su andar era relajado, observarlo caminar, te permitía entender que nunca llegaría del todo, porque a pesar de estar ahí, en realidad ya había partido.  Llevaba una libreta, hojas sueltas que en su caos encerraban todo el cosmos, de tacto franco, palabras simples y directas, ojos que reflejaban su timidez al afrontar la multitud.
                Pero amaba los libros y amaba leer, era capaz de contagiarnos su amor a las letras, con él entendíamos que la vida es un juego, y se debe afrontar con toda seriedad, que las reglas no se pueden cambiar, pero la forma en la que las asumimos sí, que valía más compartir unas horas que no habernos conocido nunca…

Papel secundario


La mirada asombrada matizó sus rasgos y entorpeció los de él, los tres pares de ojos se cruzaron y al instante los labios masculinos comenzaron a emitir una especie de disculpa (o tal vez fue aclaración).
La joven sólo atinaba a observarlos con un rictus de extrañeza y confusión, como la que se tiene al desconocer los roles de los personajes por no llegar al principio de la película, si bien comprendía perfectamente que el papel de la “otra” lo estaba interpretando magistralmente ella.
Notaba por el peso plomizo que se había depositado en su estómago y el sabor metálico que percibía en su boca que no le agradaba, en lo mínimo, la situación, pese a todo esperó que cada uno de los tres cumpliera con su objetivo dejando al final de la función un pasillo vacío y tres corazones rotos.


jueves, 10 de marzo de 2011

Jaque mate

                                                                    
Matamos lo que amamos, lo demás no ha estado vivo munca
Rosario Castellanos

Aunque todos los hombres matan lo que aman,         que lo oiga todo el mundo; unos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra zalamera; el cobarde lo hace con un beso, ¡el valiente con una espada!
                                                                       Oscar Wilde



Clavé la cuchilla fina como un escalpelo en el lugar en que aseguraba está tu corazón, desgarré tu cuerpo, mancillé tu carne y me empapé en tu sangre; arranqué, mutilé, desmembré, todo con la sola fuerza de mi mirada y la frialdad de mis palabras como el cristal.
            Soy una asesina, lo supe al darte la espalda, nunca esperé tu reacción. El sabor a metal inundó mi garganta y mis ojos se abrieron atisbando un futuro sin mi presencia, supe que esa noche había matado por partida doble. Ilusa de mí…
            Asumí que podría salir indemne, que podía romperte el corazón y esperar que no contraatacaras, ahora yazgo cual despojo entre la mesa y el sillón, mi mano crispada y marfilada refleja el abandono de la vida, mis ojos vítreos se tornan borrosos ojos de una pseudo muñeca que nunca podrá llorar, un hilo escarlata que no es carmín, va tiñendo silenciosamente la alfombra.
            La puerta por la que saldría se ha cerrado tras de ti, un despojo mejor parecido que el que dejas a tus espaldas, tus heridas no son visibles, pero no por eso deben considerarse menos mortales. ¡Adieau mon amour, bon voyage! Pierdo la partida sin resentimientos, a fin de cuentas, los dos vamos a un infierno.

Certeza


Estoy seguro que lo supiste desde el primer instante cuando tu pie destrozaba el vacío en busca del piso para continuar su camino.
            Tal sapiencia hacía innecesaria la retórica del dolor, pero era merecida la limpidez de la habitación, la nívea bata que se reflejaba en un rostro exánime como el tuyo, comprendido solamente si hubieras tenido un espejo.
            Esa pureza inerte, antiséptica y fría era el honor que merecía, neutro como la concepción, vacío como tu vientre, falso como tu rostro calmo.
            Aunque ahora entendías que el final había llegado, ya no más intentos, no más planes que atiborraran las bolsas de basura con tus sueños, esperanzas e ilusiones.
            Lo supiste en cuanto el olor a hospital se filtró en tu nariz hasta hacerte reaccionar, poniendo la adormilada mente en consonancia con el vientre desgarrado.
            Una mente que hace cuentas y sólo sabe lágrimas, un cuerpo que arroja lo que antaño protegía, una certeza que destroza.
            Voces y luces intermitentes, ojos que se cierran para no mirar el vacío de esos brazos en los que falta un cuerpo y sobra una ausencia.
            Y en la habitación, con el rítmico sonido de tu corazón como réquiem ininterrumpido quedas tú y falto yo.

martes, 8 de marzo de 2011

Tercera persona del singular

Era fácil inventar historias partiendo simplemente de su imagen, pero era completamente imposible abstenerse de hacerlo cuando finalmente se le conocía. Miles de preguntas comenzaban a forjarse a partir de su mirada, sus actitudes y su voz: lo cierto es que nunca estaba demasiado tiempo en un lugar, para permitir que algo o alguien le aprisionase, siempre que esa sensación de cercanía comenzaba a hacerse notoria no había mejor estrategia que huir, cerrar la puerta, pagar el café, marcharse o bajarse del auto para impedirse llegar. Cualquier táctica se convertía en la adecuada si le obligaba a salvarse.
            Es imposible o improbable no ficcionar, si por azar logramos perforar sus pensamientos, vislumbrarle sin armadura, sin la coraza acostumbrada. Es tan fácil reconocer el encanto de lo que fue la dulzura infantil, la ensoñación de la juventud y la ilusión quebrantada de lo que imaginara un gran amor. Desafortunadamente la magia sólo dura un segundo, el necesario para recomponer su casaca, para ahogar el brillo sensible de su mirada, para afilar su lengua con palabras que lanzará al primer blanco que ose contradecirle; con la esperanza de que ese blanco sea un campeón tan imbatible como él y también tan perdido.
            Un campeón a su altura, alguien que le atraiga sin saber por qué, tal vez en el simple reconocimiento, una piel armadura igual de lastimada, un intento de salvaguardar la mente diseccionando el corazón (a fin de cuentas el corazón es simplemente retórica). Cada que sus ojos vislumbran una oportunidad, por ínfima que sea, su instinto combativo hace el resto.
            Al final, siempre se encuentra de frente con intentos vanos: vanos murmullos, vanas relaciones, vanos encuentros y desencuentros, vaguedad del vivir cuando realmente se desea VIVIR, sin más, con mayúsculas y todos sus agravantes.
            Siempre regresa a su lado, después de cada aventura fallida, siempre se recluye en sus brazos, permitiendo que con su amor, obsesión o lástima, haga el milagro de trocar el dolor en olvido, transformado el intento de sueño en pesadilla, se vislumbra nuevamente en sus vacíos pero hermosos ojos, que se trastocan y sonríen cuando perfora con sus afilados dedos la tela imaginaria de su corazón vaciado, mientras él se observa en las cuencas de los ojos de la soledad.

Selene

La lluvia puede ser excelente y relajante, en especial cuando necesitas refrescar tus ideas, planear tu futuro, encauzar tus pasos; su sonido húmedo y cantarino se filtra entre el filo de los sueños, los perfora, los deja escapar.
         Era agradable ver dormir a alguien con la paz del justo, en especial cuando estás consciente de que la justicia es lo último que habita su cuerpo.  Lo conoces bien, lo has acompañado en sus correrías durante los últimos años, sabes perfectamente que su mirada tranquila lo único que hace es ocultar el veneno que se cierra sobre su alma; su voz tan pausada y adecuada no logra esconder a tus oídos la hiel que destila su corazón; pero nada es tan peligroso como su mente, es habilidosa como una máquina bien engrasada, nunca se anda con rodeos, siempre lo logra todo.

         Y en ese momento a la luz de la luna que se filtra por la ventana, las canas que avanzan amenazadoras por sus sienes parecen mercurio jugando a la escondida, mimetizándose con sus cabellos.  Los ojos cuyas miradas infunden respeto y son capaces de variar la opinión del más aguerrido de sus colaboradores se encuentran cerrados, como las ventanas de una casa que se atrancan al llegar el temporal.  Deja escapar un suspiro a la par que se acomoda en la cama, los rayos de luna hacen de su rostro una máscara de beatitud, ¡qué ironía!, la fantasía se modifica y transforma la realidad.  Las pequeñas arrugas alrededor de los ojos le dan un aire de debilidad secreta, que lo único que hace es apretar los eslabones de la cadena que los mantiene atados.
         Ese hombre que se entrega sin fatiga a sus labores diarias se aprecia frágil, seguro es la luna, ese astro que transfigura lo que toca, que lo vuelve más puro, más ensoñador, más inocente, que lo modifica cada vez que se acerca.  Pese a todo su tranquilidad es digna de admiración, su actuación perpetua digna de reconocimiento, su pasividad digna de un cadáver.
         El reloj marca las cuatro de la mañana con un sonido ensordecedor, como un cuerno de guerra que antecede a la batalla.  La mano se extiende, temblorosa, hasta accionar el mecanismo que devuelve la paz, un suspiro queja reclamo escapa de sus labios al momento que se sienta en la orilla de la cama, el sueño se ha ido, el frío contacto del suelo con sus pies lo ayudan a despertarse pero hacen más grande la pérdida de la calidez del lecho.
         Mira en derredor suyo hasta encontrarla, no sabe si duerme pero la luna hace un juego cromático de reflejos al posarse en su cabello negro, en sus ojos cerrados y en esos labios que juegan fruncidos, el tenue movimiento de su respiración parece el ronronear de un felino, debe ser la luna, que la inunda de la dulzura de la que carece, de la timidez a la que no responde, la transforma en etéreo sueño.  No puede evitar recordar porque, a pesar de los problemas, ha dejado pasar el tiempo; día con día, año con año.  Bajo la tenue caricia de Selene, mirándola a través de ese cristal confirma que la sigue amando.    

lunes, 7 de marzo de 2011

Desliz

Una línea de carboncillo rasga una hoja de papel… Un instrumento brinda su nota inicial… Una fotografía que se revela comienza a aparecer… La mente sólo busca dejar de soñar… Aletea en la noche una mariposa sin paz, vibra una vela en un candelabro de adiós y el ambiente pasa libre de un solo color a los matices escarlata de un tango en flor. Dos manos se entrelazan, hombre y mujer…
Un cuarto de luz prístina, en una esquina te veo yo, detecto en tus ojos negros la muerte de mi razón, miro tus labios que son la cicuta del buen juicio, el acicate de la pasión; oigo las primeras notas, el aire las va trayendo, identifico en el tango tu temperamento entero, lates en cada instrumento, vibras y gimes de anhelo.
Desliz, requiebro, escarceo, flirteo de piel y calor, equilibrio de dos cuerpos que saben bailar amor, pero no el que se consume, seleccionan el mejor, el que se queda entre líneas, el que nunca verá el sol, giro a giro ella le entrega entero su corazón.
Los pies siguen obedientes a tu mirada, al contrabajo y a tus manos, reclamo de bandoneón, el violín se une a la danza, el piano sólo acompaña, pasos como saltitos, de tecla a tecla, de nota a nota, de noche a noche, de amor a amor, en las notas albinegras el piano presagia un adiós.
El tango sigue, seguimos el baile tú y yo, no podemos estar juntos, el baile nos alejó, violencia que en un simple giro nos vuelve a enredar amor, siento tu aliento en mi cuello, a tu oído prende mi voz.
Confiamos en el momento, instante de férrea lucha, intensidad de lo nuestro, somos uno en este tango de notas que ya no recuerdo, notas que escucho y que danzan por cada rincón de mi cuerpo, me pierdo en tus ojos negros, ojos de mis pensamientos.
Desdoblamos un yo distinto de emociones sin temor, candor de una melodía que enseña a descubrir la pasión de cada nota, dibujas en el aire para mí pentagramas de ilusión, nos miramos ahora, condenados al recuerdo, amanece y gime el bandoneón, lamenta el violín, hay violenta descarga de teclas marfil.
Te miro en la espesura de una noche de niebla, te ilustro en las palabras de unos versos sin voz y al asomarme a tu alma no puedo más que confundirme, sabor de tinto, sabor de tango, fuego sin voz.
Sabes que tu realidad mantiene el rojo en mil matices, aprendí de tu pasión, de tu melódica intensidad, vibraciones musicales que penetran en la piel.
El tango me recuerda a ti, posee tu melancolía, tu cadencia, tu misterio, en cada una de sus notas yo descubro a tu recuerdo. Amo al tango como te amé a ti, tus silencios, tu presencia repentina, como un chaparrón que se desata antes del amanecer.
Tu recuerdo baila en mi mente, se desliza como los pies de una pareja en una pista de baile, ajenos pero siempre juntos, un dos, tres, los talones giran, vuelves a aprisionar mi mente entre tus brazos.
Descubro en tus sienes el rayo de luna, experto bailarín del que aprendí, giros, pequeñas piruetas, siempre juntos, siempre complejos, bailas en mi vida como te deslizas en el piso; bandoneón que gime, bandoneón que llora, bandoneón de adiós.
El fuego brilla en sus ojos, vida y pasión, un rictus marca sus labios, frío hielo y rencor, cuerpos que se reconocen bajo la luz de las velas y dibujan una sombra entre dos, cargando nuestra ilusión, noche de dos amores, noche de una pasión.
Pieles que relucen a la luz del farol, desdibujadas sombras que el tiempo alejó, nuestros ojos se miran buscando lo que sentíamos, tu clara pupila me devuelve nostalgia, llanto, miedo, rebeldía y el abismo que a nuestros caminos separó. Amargo sabor de tinto, amargo sabor de tango, desliz entre dos amores que nunca se han olvidado.

domingo, 6 de marzo de 2011

Celia


El sol sale detrás de las montañas, el frío que cala los huesos te insta a apresurar el paso rumbo al campo.  Piel cetrina con arrugas como cuarteadas alrededor de ojos que han llorado sal, ojos que conocen el llanto verdadero, el que compaña al sufrimiento y no el que adorna a los espíritus débiles. Ojos grandes que han visto muchos amaneceres, dos anocheceres y un viento fresco que le arrebataron la tranquilidad a tus años.
         Mujer fuerte, de constitución arbórea,  mujer madera, mujer roca... Se te entregó la fuerza para resistir los embates del destino, el sufrimiento, la esperanza, la pérdida.  Dos veces viste a la piel y a los huesos convertirse en uno con la tierra y seguiste arándola para exigirle un pago en especie que se trocara en maíz y trigo.
         Mujer amante, cuya calidez era igual que la brasa, lecho y hogar, metate y anafre, esposo e hijos; pariste como corona a tu condición de dadora de vida, diste sangre y valor, protectora como la gallina que siempre arropabas al caer la tarde.
         Mujer madre, mujer desgarrada tres veces; dos coronas de laurel y una de espinas; tres lágrimas; alegría y dolor, dolor y muerte; anochecer profundo y silencioso, agotamiento parcial de miembros que se niegan a aceptar lo inevitable.
         Mujer lluvia, cosecha levantada, el sol en todo su esplendor antes de comenzar el descenso hacía las sombras, boca desdentada y corazón roto en pedazos pero junto, cabello cano en trenzas largas, largas mangas, falda larga. 
         Vieja fuerza en una anciana, gran cesto cargado en tu cabeza mientras en tu alma pesa el dolor de aquellos dos, los que se fueron; pero hoy es el día, por eso te levantaste al amanecer, la buscas, porque es ella el fruto de tu semilla, la flor que se salvó de la tormenta.  La miras, recuerdas y con tus caricias brilla ese calor húmedo que se resbala por tus mejillas, nuevamente lluvia.  Un beso, un abrazo y una bendición.

La hora del té

Ahoga en la taza la bolsa de té y la sensación mortal de haber asesinado a un infante, en especial cuando recuerda su mirada, entre incrédula y nerviosa, buscando en su rostro algo que le demostrara que tal aseveración no era más que una broma, sus hermosas pestañas entornándose como única muestra de sorpresa, mientras en sus ojos se apagaba toda brasa de esperanza. Sus labios finos se tornaron en una línea y su barbilla tembló casi imperceptiblemente en una mezcla de tozudez y desasosiego, pero no pronunció palabra.
            Añade en la taza dos cuadritos de azúcar que le permiten desviar la atención del sabor amargo de su boca, pero en ese instante descubre que la amargura no proviene de ahí, sino de la certeza del “hasta nunca” que experimentara hace unos minutos, y si acaso le prestara más atención, comprendería que la amargura data de mucho tiempo atrás, del primer adiós, del primer abandono al que ella se vio sometida y que nunca permitirá que encuentre en su realidad una triste copia al carbón.
            Gira la cuchara, a la vez que se despoja el rostro de  la máscara que le permitió representar el papel que la tragedia de sus sentimientos y el amor por él merecían, la certeza de su cariño, la dulzura de su pasión y la fortaleza de su compromiso le exigían una mayor pericia, una habilidad maravillosa, un histrionismo que no dejase lugar a vacilaciones, un desamor actuado obliga a una mayor concentración, que ella consiguió, cuando apretó los párpados en algo que pudo considerarse señal de hastío, signo que en realidad era un cerrar los oídos al corazón que le gritaba que retrocediera en su representación, aceptando de buena gana sus sentimientos y los de él.
            Añade un chorrito de crema con la certeza de que al fin lo superará, de la misma forma, quiere creer, que él logrará olvidarla, aunque sabe que esta vez es diferente; los recuerdos llegan en tropel para decirle que en esta ocasión, rindió sin batallar lo único por lo que valía la pena la guerra entera. Las noches, las caricias y la pasión reclaman sin cuartel, pero son las otras, el día a día, el lavar los trastos, el ver la tele, el caminar por las calles a su lado y su sonrisa, las que hieren con pericia de francotirador, las que matan con su fuego de memoria.

            Da un trago y sin sorpresa descubre que el té le sabe a sal y corta la garganta ahogando el grito que luchaba por salir, un sorbo más para adormecer el sufrimiento, otro para aceptar con valor un adiós que ella misma pronunció.

sábado, 5 de marzo de 2011

Búsqueda


Te vi por única vez escasos minutos de una noche de hace varios años, y te he echado de menos desde ese instante, pienso mucho en ti, en mis momentos de madre no lograda, y cuando hiela la ausencia de una presencia que nunca ha existido, tu presencia.
            La falta de recuerdos me hiere, los estantes de supermercado con sus ropitas de color algodón de azúcar y de tamaños casi imposibles por su pequeñez se burlan de un vientre inútil y un corazón difícil a los que llamo míos.
            Te busco en los rasgos de otros rostros, en los vientres de madres verdaderas,  me haces tanta falta que no lo entiendo. ¿Cómo es posible vivir por momentos que jamás sucederán?, ¿cómo luchar contra la nostalgia de lo inexistente, la insoportable desolación del vacío?
            ¿Exististe alguna vez, en otra parte que no fuera mi imaginación?, eras tan hermoso ahí que merecías ver la luz, aunque ésta viniera de la fuerza de otro vientre, uno sano por supuesto. Acaso algún día, te encuentre en la vorágine de las calles de la ciudad, o de la mano de alguien, posiblemente jugando fútbol en un parque cualquiera, quizá reclamando en la voz de un alumno en su aula,  puede ser caminando al lado de una mujer a la que le susurrarás frases de amor, tal vez revisando mis análisis cuando el único diagnóstico posible sea vejez, o probablemente mi búsqueda termine y te encuentre al fin, en la mirada del sacerdote que me reconciliará en el momento de mi muerte.